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viernes, 7 de enero de 2011

Bar&Co

Un ligero humo ascendía desde abajo, las llamas trepaban como finas capas de luz acopladas a la pared, el calor era soportable, su café estaba delicioso, y todos iban a morir congelados.

Se agachó, cruzó la barra y se preparó otro. Volvió a su mesa. Puso azúcar, leche y lo agitó muy lentamente. Dio un sorbo y cuando fue a dejar la taza el plato había desaparecido. Escoraban a babor, el final debía estar cerca, pero se sentía extrañamente cómoda, segura. Ni tan si quiera las desgarradas voces de los que todavía tenían esperanza conseguían alterarla. Sorbió mientras se acercaba a mirar por el ojo de buey, el espectáculo era único: barcazas repletas de miedo, la silueta anaranjada en el océano negro, decididos saltadores, bengalas iluminando el cielo, una cortina de restos incandescentes, la tripulación dando órdenes al caos, el tranquilo y cálido bar, el delicioso café… Se sorprendió, sonría.

El capitán prendió el equipo, la sensual música (Cry to me de Burke) rebasó al eco y los inundó. Húmedos, calientes, sensualmente ajenos al fin bailaban al compás de ese rítmico caos… Eran las dos únicas personas que no tenían que abandonar la nave, la una por culpa la otra por obligación, pero la espera de la justicia y del deber se hizo demasiado fascinante para trivialidades. Sin hablar, mirándose más allá de los ojos, se descubrieron el uno en el otro, saltaron. La curiosidad por sentir arrasó, tenían derecho a vivir y el último batel estaba allí.






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